En
una universidad, donde por algún tiempo fui alumno en una carrera humanista, había
un Profesor de Ética que era un gran académico. Curiosamente en la cúspide de
su carrera y cuando aún tenía mucho para brindar a las nuevas camadas de
estudiantes, renunció y se fue a vivir en una pequeña localidad rural.
Hace
poco tiempo me lo encontré en la calle y no pude aguantar mi curiosidad.
-¿Por
qué dejó de enseñar Ética? – Le pegunté
-Es
muy simple – contestó - Cuando supe que algunos de mis mejores discípulos, que
habían llegado a ser autoridades o burócratas del gobierno, miembros de los gabinetes
ministeriales y funcionarios judiciales, no se diferenciaban en nada de
aquellos a los cuales criticaba durante mis clases y que habían sido seducidos
por la corrupción imperante en nuestra sociedad, me di cuenta que había perdido
la batalla contra el sistema y que ya no me quedaba nada por hacer. Entonces
decidí retirarme.
Me
despedí apresuradamente y me marché casi a la carrera. No quería que me
preguntara en que andaba trabajando por estos días.
Muy bueno, porque involucra al autor y a la vez al lector en el cuestionamiento, deja la contradicción en evidencia pero sin ser acusatorio.
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