Aristóteles, en su genial “Arte Poética”, dice que “no es oficio del poeta el contar las cosas como sucedieron, sino como debieran o pudieran haber sucedido, probable o necesariamente” mientras que Vicente Huidobro, en su poema que lleva el mismo título que el trabajo de Aristóteles, pide “que el verso sea como una llave que abra mil puertas” y que “el alma del oyente quede temblando”. A su vez, Horacio Quinto Flaco, en su magnífica “Epístola a los Pisones” asevera que “Sin escribir cosa alguna, enseñaré como se escribe;/ diré la misión y las reglas del poeta, el manantial donde ha de beber, /lo que el buen gusto permite y lo que no, los atrevimientos del genio/y los escollos de la ignorancia”.
Desde que abracé el oficio de escribir, he leído innumerables opiniones, ensayos, análisis académicos y juicios críticos sobre la poesía y los poetas. Entonces surge la pregunta ¿Es posible explicar la poesía?
Personalmente adhiero a las palabras de Vicente Zito Lema quien afirma que la poesía, es un “estremecimiento ante el mundo” y a la opinión de Horacio Armani quien en su artículo “Traduciendo a Montale” manifiesta que “Hay muchas maneras de interpretar” una poesía del italiano y en otro párrafo afirma que “…el centro, la esencia de la poesía es uno solo para todos y cada poeta obra como un filtro luminoso que bifurca y disemina la luz y los rayos que de ella emanan. Y ese filtro es lo que la personalidad de cada uno transforma en voces inconfundibles que solo viven por él y seguirán viviendo misteriosamente hasta que todo se termine”
Desde el momento mismo que la palabra abandona el recinto donde está guardada (el pensamiento, el alma, la mente) deja de ser propiedad del poeta y pasa a ser patrimonio de todos aquellos que leen. Si nos atenemos a lo que opinan la mayoría de los lectores de poesía, las interpretaciones varían según el lector por lo que estoy absolutamente convencido de que explicar la poesía es imposible. Se puede contar a guisa de anécdota como surgió tal o cual poema, como fue el proceso de corrección o algunas otras cosas sin verdadera importancia pero, repito, explicar el quid, el sustrato, el alma de la poesía, es imposible.
Tengo la convicción de qué cada quién tiene su propio lenguaje poético y expresa su poesía de una manera que lo identifica. No es lo mismo el decir procaz de Bukowsky que la sílaba impecable de Borges, ni la exquisita metáfora de Neruda se parece a la antipoesía de Parra. No suenan de la misma manera los largos poemas épicos del medioevo que la contundente brevedad del haiku. Lo que gusta a unos puede no ser bueno para otros y, si bien es cierto la calidad de los poemas no es siempre la misma, el hecho de dedicar una parte de nuestras horas a escribir poesía ya constituye un hecho meritorio en este globalizado y deshumanizado tiempo moderno que, con sus dictados, mantiene alejado al género humano de toda manifestación espiritual.
No se admiten dudas acerca de que, entre las artes, la literatura es una de las menos reconocidas y que el mayor reconocimiento es para el cine, la música (sobre todo la popular) y en menor medida el teatro en desmedro de otras entre las que se incluyen las letras. Basta recorrer las páginas de los diarios y revistas o mover un poquito el dial de la radio para comprender que no digo nada que no se pueda comprobar. ¿Será simplemente una cuestión de cachet?
Tampoco he de generar ninguna controversia si sostengo que entre los diferentes tipos de literatura, la cenicienta es, sin duda, la poesía; tanto es así que mi amigo, el poeta Eduardo Belloccio me decía hace un tiempo que, salvo algún elegido o los herederos de algunos elegidos, nadie vive de la poesía, pero él tampoco peca de original; en una entrevista que le realizara Horacio Armani en 1970 y que fuera publicada por el diario argentino La Nación el 10 de enero de 1971, el exquisito poeta italiano (Premio Nóbel de literatura) Eugenio Montale, contestaba a una pregunta con la siguiente sentencia: “En el mundo actual el poeta no juega absolutamente ningún papel. Es un individuo como cualquier ciudadano que tiene un oficio, un oficio que no es el de poeta” y en respuesta a la siguiente pregunta ampliaba el concepto: “…ciertamente, el poeta puede vivir con los otros…” “…debe vivir con los otros, a menos que se encierre en un convento o sea tan rico como para vivir en una autorreclusión lujosa…” y remataba sosteniendo “(el poeta) cumple oficios extraños a la poesía…”.
No creo ofender a nadie si afirmo que mientras un novelista o un ensayista o un cuentista o un periodista pueden llegar a vivir de lo que escriben, la inmensa mayoría de los poetas tiene que trabajar en otra cosa para poder subsistir. Todo esto sin tener en cuenta que, en general, para los gobiernos, a lo largo de la historia y a lo ancho del mundo, la literatura en general y la poesía en particular son cosas casi sin valor real. Pruebas al canto: Invito a quienes lean estas reflexiones a que se interioricen sobre el texto de la nueva ley de “protección al escritor” sancionada en Santiago del Estero y veremos si tengo razón o no.
Tampoco podemos analizar de manera objetiva la relación de la poesía con el mercado editorial y sus dictados. El mismo Armani asegura que “… en el mundo actual son ya escasos los editores que asumen el riesgo de solventar las ediciones de poesía” y Montale asevera que muchas casas editoras “Distinguen entre el autor que se vende y el que no se vende, y desde luego, este último no vale nada, aunque muchas veces sea mejor que el que se vende”
Asimismo debemos tomar en cuenta la imposibilidad de hacer conocer los trabajos poéticos por otros medios, ya que muchos poetas (entre los que tengo varios conocidos) sufren la discriminación de ciertos sectores del periodismo relacionado con la cultura. Creo que Internet ha venido a suplir en parte esta falencia, ya que la red nos ha dado a muchos la posibilidad de ser reconocidos a pesar del “silencio de radio” que hay sobre algunos de nosotros en determinadas geografías. De cualquier manera, no se es mejor o peor poeta porque tengas inserción mediática o carezcas de ella. El reconocimiento popular excede muchas veces estas cuestiones aunque, tal como sostiene el poeta citado más arriba, “…lo que apena es que la nobilísima tarea creadora de los auténticos se vea pisoteada por el tropel de audaces que puja con brazos y piernas para poder lograr un asiento en el ómnibus de la fama, esa fama que hoy corre por los tristes caminos de la industria cultural”.
En los días que corren, se habla demasiado acerca de si el lenguaje poético debe ser de cual o tal manera y muchos afirman que determinadas formas de poesía son vetustas o pasadas de moda. En este punto es necesario admitir que la poesía es un misterio que contiene en su médula una gama muy amplia y por qué no decirlo, borrosa, de la expresión humana. La poesía puede nombrar al amor, o expresar el fervor religioso; puede acoger la tristeza o la alegría, el enojo o la protesta. Naturalmente, eso nos puede llevar a diferentes formas de lectura.
Al respecto, solamente diré qué, desde mi humilde punto de vista, lo único que importa son dos cosas: Si la palabra tiene contenido y si produce placer estético en quién lee poesía.
Nadie puede dudar que decir algo con métrica libre o con forma de soneto no suena de la misma manera, pero al fin y al cabo lo único que hará perdurable un poema es lo profundo de su significado y el gozo que produzca en la mayor cantidad de personas que lo leen.
Por ello, más allá de estas reflexiones, que han surgido casi sin que me lo haya propuesto, solamente me queda expresar que lo único que pretendo es reafirmar el convencimiento de que, a pesar de que hay gente que ha decretado la muerte de los poetas y de la poesía, estos siguen vivos y coleando. Es más, si alguien cree en la agonía de la poesía, yo le recomiendo que no piense todavía en que podrá darle el tiro de gracia.
Como habrá de sobrevivir es harina de otro costal. Se me ocurre que la buena poesía habrá de perdurar a través de los años como hasta ahora, no importa la forma que adopte para aggiornarse con los tiempos que corran y más allá del reconocimiento que puedan, o no, brindar los medios. Supongo que el tiempo me dará la respuesta.
Mientras tanto, yo seguiré acunando la única ilusión que tenemos los poetas: Que de cuando en cuando, cada uno de los que haya leído algún poema, sienta necesidad o ganas de volver a leerlo y que, cuando lo haga, se le escape algún suspiro, alguna sonrisa o alguna lágrima… Con eso me daré por satisfecho.
Mientras la eternidad transcurre y el tiempo nos gana la batalla, les dejo dos poemas que espero les gusten.
Un abrazo para todos.
Antonio Cruz
WRITING POETRY
Pasar el escalpelo sin clemencia
por cada frase,
por cada estrofa,
por cada verso.
Disecar pensamientos palabra por palabra;
hundir el bisturí
hasta la entraña misma
del espíritu
y extraer con precisión quirúrgica
los dolores
(y por que no, las alegrías);
transformar en simple lo complejo
porque la voz austera es más rotunda;
dejar que tirite nuestra esencia
y que la ansiedad contenida
se haga lágrima
que al resbalar, sosegada,
nos redima.
Escribir es tarea espinosa
cuando se invoca la palabra
poesía.
LOS POETAS
Los poetas,
¡Ah!... los poetas...
Siempre con su ilusión a cuestas.
Hacedores de sueños
(o vasallos de sueños, ¡Quién lo sabe!),
llenan hojas baldías con su verbo
estrujan las palabras, las miman,
las halagan,
les ponen un ropaje diferente.
Buscan decir con ellas
la esencia de la vida,
escrutan la noche y sus misterios,
espían sus silencios
e interpretan los sones que la habitan.
Son diestros en jugar con duendes,
se apropian del paisaje y lo refundan,
pero por sobre todo,
son dueños del amor...
Seres extraños,
sobreviven a fuerza de coraje
en un mundo plagado de falsía;
deambulan en busca del poema,
ese que tantas veces se les niega
y que suele ser lágrima dulce,
cuando no duele
y tiene sabor a sangre derramada.
Como pequeños monstruos caprichosos
los poetas emergen de la nada;
todo lo sueñan; todo lo idealizan;
de algún antojo construyen utopías;
visten con alguna estrofa
el llanto y la miseria, el hambre de los niños
y el olvido de los poderosos.
Los poetas... ¡Ah! Los poetas...
Cuánto valor para dejar su alma desnuda
y hacer vibrar los corazones
con la esperanza de que su palabra
encuentre un recoveco para aquello
que alguna vez parió su pluma.
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