La vida del poeta era un desastre. Hubo mejores tiempos pero había dilapidado lo ganado por derechos de autor con bohemia y vida disipada.
Era navidad y a pesar de su agnosticismo, él gustaba embriagarse a manera festejo. No creía en dioses ni profetas pero, quizás por el recuerdo de su niñez lejana, la navidad representaba algo inexplicablemente especial en su vida.
Esa noche, como siempre, salió a recorrer las fondas cercanas al abasto dónde bebía hasta emborracharse.
Ya entrada la madrugada, embriagado y con el fondo sonoro de canciones desafinadas y groseras, descubrió al niño dormido debajo de una silla. Le llamó la atención. Se preguntó como habría llegado allí.
A pesar de la embriaguez sintió un sacudón en su interior.
Se acercó, lo levantó e inmediatamente, a pesar de lo caluroso de la noche, sus manos palparon el frío de la muerte. Su mente emergió del alcohol y supo que tenía que actuar de manera rápida. Corrió hacia la calle con el niño en brazos y detuvo un auto.
Hace poco tiempo lo visité en el psiquiátrico. Todavía escribe poesías. Curiosamente, todas ellas hablan de nacimiento y no de muerte.
Cuaderno de microrrelatos (2010)